Antes de entrar deja fuera tu rabia y tu ira. Bienvenido a este bosque encantado, un lugar donde podemos dar rienda suelta a ese niño que todos llevamos dentro, tienes mi permiso para dejarle salir y que haga locuras. Sumérgete en este mundo mágico de las hadas y los duendes y vuelve pronto, te esperaré agitando mis alas

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jueves, 29 de octubre de 2015

Las Lucecitas (cuento de Halloween)


La noche pasada no podía dormir, me encontraba muy inquieta y sentía una molestia que no sabría definir. No sabía que me estaba ocurriendo porque no me dolía nada. Supongo que el estar dando vueltas y más vueltas en la cama no ayudaba y me iba poniendo cada vez más nerviosa, así que decidí levantarme y salir a dar un paseo por los alrededores. En ese momento debían ser las dos de la madrugada aproximadamente.

Vivo a las afueras de un tranquilo pueblecito un poco apartado del mundo; está situado en el centro de un valle y rodeado por un hermoso paisaje de montañas y bosques. Por lo tanto el salir a pasear a esas horas puede resultar extravagante pero no peligroso.

Mi casa es pequeña, pintada de blanco y con la puerta y ventanas de color azul. Está situada al borde del camino de árboles un poco retorcidos, es la última casa del pueblo. Mirando hacia el fondo del camino se pueden distinguir las altas tapias del Camposanto y la gran verja de entrada flanqueada por dos enormes cipreses y por la que se vislumbra parte del interior del pequeño cementerio y justo hacia allí encaminé mis pasos, con el único fin de cansar el cuerpo y tranquilizar el espíritu que por lo visto, aquella noche había decidido no dejarme dormir.

Caminaba despacio mientras me arrebujaba en mi chal de lana puesto que a aquella hora de la madrugada solía refrescar.

Según me acercaba empecé a distinguir unas lucecitas que en un principio tomé por luciérnagas, pero cuando estuve mas cerca me dí cuenta que no se movían por el suelo sino que parecían flotar. Al llegar delante de la verja observé que estaba abierta, cosa que me sorprendió bastante, ya que Damián el sepulturero y que también hace las veces de jardinero, es muy cuidadoso en su trabajo y jamás se había dejado el recinto abierto.

Pero aquella noche parecía que hubiese presentido mi visita y me estuviese esperando.

Atravesé la verja atraída por las luces que se movían de acá para allá por entre las tumbas.

La luna no alumbraba demasiado aquella noche y me llevó un buen rato darme cuenta de que se trataba. Eran un grupo de personas que vestían sendas capas negras y cuyas capuchas ocultaban sus rostros. Cada uno de ellos llevaba una vela encendida en la mano y todos parecían muy atareados, aunque no imaginaba que podían estar haciendo a esas horas tan intempestivas ni mucho menos comprendía quien podrían ser esos misteriosos encapuchados. No soy demasiado miedosa, pero aquello empezaba a inquietarme


De pronto, advirtieron mi presencia y todos, como obedeciendo a una invisible señal, comenzaron a reunirse en un mismo punto y sin poder controlar mi curiosidad, me fui acercando hasta allí. Al estar todas las velas juntas pude por fin distinguir sus rostros y para mi sorpresa, descubrí que todos me eran familiares. Estaban Pedro, el anterior sepulturero que había muerto hacía un par de años; también estaban Doña Adela y Doña Aurora, ambas habían sido maestras de mi infancia y el anterior párroco, el padre Ambrosio fallecido hacía casi diez años, así hasta un total de doce personas. Todas estaban alineadas frente a mí y me sonreían. De pronto se fueran apartando y tras ellos apareció una mesa a la que se encontraban sentados mis padres, mis abuelos y algún que otro familiar fallecidos. Todos me hacían gestos con la mano para que me sentase a la mesa con ellos.


¿Qué estaba ocurriendo? ¿Qué clase de broma macabra era aquella y que hacían todos aquellos difuntos allí? De pronto, lo comprendí todo; no era real, se trataba de un sueño o mejor dicho, en este caso, de una pesadilla ¿O no?. ¡Vaya ahora lo entiendo! Después de todo, la noche anterior si que había conseguido dormirme, lo que parecía que no había conseguido era ¡¡DESPERTAR!!

Julia L. Pomposo

martes, 27 de octubre de 2015

Historia de un hada

(De mi segundo libro Mis pensamientos y un Cuento de Hadas)



       Cristal era un hada que habitaba en lo más profundo del bosque encantado, en una preciosa casita rodeada de flores de mil colores. Era un hada encantadora. Tenía una larga cabellera dorada y ondulada que cuidaba con especial esmero. Sus ojos eran verdes y profundos y poseía una sonrisa limpia y cristalina como su nombre. Nunca había salido del bosque en el que vivía feliz rodeada de sus hermanas. Se pasaba el día jugando, cantando, correteando por el bosque en persecución de hermosas mariposas, o recogiendo flores con las que confeccionaba adornos y guirnaldas y bañándose en el estanque que había junto a su casita y era totalmente feliz. No añoraba el mundo exterior, porque nunca lo había visto. Ni siquiera sabía que existiese otro lugar que no fuese su bosque. No conocía otros seres que no fuesen los gnomos, ninfas y sus propias hermanas y amigas, las hadas.

      Pero algo iba a suceder que cambiaría por completo su tranquila existencia y su vida.

     Un buen día, mientras recogía flores para tejer una corona con la que adornar sus cabellos, un inesperado sonido llamó su atención. A lo lejos se oían las notas de una dulce melodía. Cristal, que al fin y al cabo era mujer, no pudo contener su curiosidad y se adentró más y más en lo profundo del bosque, siguiendo el sonido de aquellas dulces notas. De pronto vio algo que le dejó fascinada. Le parecía el ser mas hermoso que había visto nunca. Era alto y esbelto y el color de su piel tenía un bonito tono dorado bruñido, que hacía que aun resaltasen más sus ojos tan luminosos y azules como el agua del estanque en el que ella se bañaba cada día.
     Estaba sentado bajo un árbol frondoso y tocaba una flauta a la que sacaba melodías increíbles. Vestía negras mallas, jubón verde con adornos plateados y una corta capa que le llegaba hasta la cintura. Su cabeza estaba cubierta por una especie de gorra, también verde y con un adorno de plumas que le caían graciosamente a un lado de la cabeza. Estaba tan inmerso en su música, que no advirtió la presencia de Cristal, que poco a poco fue acercándose hasta donde él estaba sentado y contemplaba ensimismada a aquel extraño y hermoso ser.
     De pronto, cuando Cristal trataba de acercarse un poquitín más, su falda se enganchó con una rama seca y cayó estrepitosamente al suelo, asustando al sorprendido músico, que no daba crédito de lo que estaba viendo. Ante él tenía a la criatura más maravillosa que había contemplado jamás.

     Era delicada y frágil como una porcelana y sus ojos, de un verde intenso, iluminaban todo aquello que miraban; su larga y ondulada cabellera era del color del sol y unas hermosas alas de un suave tono rosado salían de su espalda y se agitaban temblorosas.

    -¡Oh! Perdonadme -susurró Cristal algo avergonzada- si os he interrumpido, sólo trataba de oír mejor vuestra hermosa música.
   -Por favor, no os disculpéis -contestó el músico mientras tomándola de una mano, la ayudó a desprenderse de la rama que aun la tenía apresada por la falda.
- ¿Quién sois? -preguntó Cristal curiosa- no os había visto jamás por aquí.
   -Me llamo Orlando y cuando paseaba por el bosque, algo asustó de pronto a mi caballo que acabó derribándome al huir despavorido. He caminado durante toda la mañana tratando de encontrar el camino hasta el pueblo y al final, rendido, me he sentado un rato a descansar. Lo demás, ya lo sabéis...........

II

    -Venid conmigo, mi padre os prestará un caballo y podréis comer algo -dijo Cristal. Orlando aceptó encantado pues la verdad era, que ya llevaba muchas horas sin probar bocado y comenzaba a sentir hambre.
    En casa de Cristal fue recibido con alegría y curiosidad y sus hermanas no dejaban de dar vueltas y mas vueltas revoloteando a su altura y cuchicheando cosas al oído entre risas y alborotos. Luego comió con todos, queso, pan recién hecho, miel de flores y unas bayas rojas que la misma Cristal había recogido aquella mañana y que estaban deliciosamente dulces. Orlando no podía apartar los ojos de Cristal  mientras comían y un ligero cosquilleo le recorría la espalda. Luego se acostó.
    Aquella noche soñó con ella, soñó que corrían por el bosque montados en un hermoso caballo alado y que eran felices. Cristal, por el contrario, no pudo dormir en toda la noche. No dejaba de pensar en aquel hermoso desconocido y en la enorme atracción que sentía por él. El día amaneció precioso y soleado y el aire olía a violetas silvestres. Orlando se preparó para marchar después de haber desayunado un tazón de una sabrosa leche y unos deliciosos panecillos con miel. Montó en el corcel que el padre de Cristal le había dejado y partió, no sin antes prometer que regresaría para devolver el caballo.

    Pasaron los días y Cristal volvía cada atardecer al lugar donde encontró a Orlando con la esperanza de volver a oír la hermosa melodía que le llevó hasta él.Se había tornado algo triste y melancólica y su alegre risa ya no se oía por el bosque. Ahora se pasaba las horas sentada junto al estanque con la mirada perdida en la lejanía....

III

    Cristal sentía una sensación de inquietud y desazón que nunca hasta entonces había sentido y no sabía que clase de mal la aquejaba. Al fin se decidió a hacerle una visita a la anciana hada del bosque, cuya sabiduría era bien sabida de todos. La anciana escuchó atentamente su relato y al final sonriendo le dijo. No temas Cristal, no te aqueja ninguna enfermedad, simplemente te has enamorado, y eso es lo más bello del mundo. Tu corazón ya no es tuyo, ahora pertenece a Orlando.

    Cristal se marchó algo confusa y compungida, pues no entendía muy bien lo que había dicho la anciana. Pero al llegar a su casa, le esperaba una agradable sorpresa: allí junto a la chimenea encendida y charlando con su padre y hermanas, estaba Orlando, quien al ver a Cristal enmudeció de pronto y su sonrisa se hizo mas luminosa. Él tampoco había dejado de pensar en ella en todo este tiempo y venía decidido a pedirla en matrimonio.

    Toda la familia acogió con alegría la noticia, todos, menos el padre de Cristal, que levantándose de pronto dijo estas fatídicas palabras: -¡no puede ser, ¡eso es imposible!
   -Pero padre, ¿por qué? -exclamó Cristal-. Si el me ama y yo le amo, ¿qué ocurre?
   -Hija mía, ¿aun no lo has comprendido? Tu eres un hada y solo habitas en la imaginación de la gente y si sales de este bosque encantado para ir al mundo real, morirás.
    Cristal lloró amargamente todo el día y toda la noche y nadie consiguió, ni siquiera Orlando, que saliera de su habitación.

    A la mañana siguiente, mientras todos dormían, Cristal se fue a visitar a la anciana hada del bosque, pidiéndole entre lamentos y llantos, que la ayudase. La anciana consultó El Libro de Los Conjuros y al final le dijo: -quizá pueda hacerse algo.
   -Harás lo siguiente, pregunta a tu amado si estaría dispuesto a renunciar a lo que hasta ahora ha sido su mundo, y si su respuesta es afirmativa, le das a beber esta poción que he preparado con jugo de caléndulas, hojas de eucalipto y el ingrediente principal: polvo de alas de mariposa. Se lo darás esta noche antes de acostarse y....


 IV

    El día siguiente amaneció radiante. Orlando se levantó el primero y salió al bosque con la intención de recoger algunas flores con las que obsequiar a su amada. El sol brillaba más que nunca y el cielo lucía un color turquesa espectacular, la brisa llegaba tibia y perfumada con el aroma de las múltiples flores silvestres, los pajarillos trinaban alegres y las mariposas y libélulas, revoloteaban dando la bienvenida a aquel día tan maravilloso.
    Orlando se acercó al estanque para contemplar a los pececillos, y de pronto,......¡Oh sorpresa! No podía dar crédito a lo que estaba viendo. Reflejadas en el agua, vio unas hermosas alas de un suave tono azul que salían de su espalda. ¡El brebaje de la anciana había funcionado! Ya no había nada que pudiera impedir su unión con Cristal, pues ahora el también era uno de ellos.

    Volvió a la casita gritando y saltando de júbilo y despertando con sus muestras de alegría a los que aun dormían.
    Todos quedaron maravillados de tal prodigio y aquel mismo día, comenzaron los preparativos para la boda. Todos los duendecillos, gnomos, hadas y ninfas del bosque ayudaron a preparar el acontecimiento. Así que, cuando por fin llegó el tan esperado momento, todo estaba precioso y habían guirnaldas de flores por todas partes y las luciérnagas habían formado un arco luminoso por donde tenían que aparecer los novios. Cristal estaba muy hermosa con sus galas nupciales y Orlando lucía un jubón blanco y dorado que le sentaba muy bien.

EPÍLOGO

    La boda fue preciosa y todas las criaturas del bosque fueron invitadas a la fiesta; en la cual habían reservando un lugar preferente para la anciana hada, la autora del prodigio que había unido a ambos jóvenes.....

....Y por lo que sé, hasta el día de hoy, allí siguen viviendo felices por siempre jamás.

¿Te gustaría ver a Cristal y Orlando?
Cierra los ojos, deja volar tu imaginación y  pide tu deseo, ellos vendrán, seguro.
¡¡Suerte!!                    

           FIN

                                               Julia L. Pomposo


sábado, 10 de octubre de 2015

Un cuento de Jorge Bucay


Un rey fue hasta su jardín y descubrió que sus árboles, arbustos y flores se estaban muriendo.

 El Roble le dijo que se moría porque no podía ser tan alto como el Pino. Volviéndose al Pino, lo halló caído porque no podía dar uvas como la Vid. Y la Vid se moría porque no podía florecer como la Rosa. La Rosa lloraba porque no podía ser alta y sólida como el Roble.
 Entonces encontró una planta, una fresia, floreciendo y más fresca que nunca.
El rey preguntó: ¿Cómo es que creces saludable en medio de este jardín mustio y sombrío? No lo sé. Quizás sea porque siempre supuse que cuando me plantaste, querías fresias. Si hubieras querido un Roble o una Rosa, los habrías plantado.En aquel momento me dije: "Intentaré ser Fresia de la mejor manera que pueda".
Ahora es tu turno. Estás aquí para contribuir con tu fragancia. Simplemente mirate a vos mismo. No hay posibilidad de que seas otra persona. Podes disfrutarlo y florecer regado con tu propio amor por vos, o podes marchitarte en tu propia condena...

martes, 6 de octubre de 2015

La Leyenda de la golondrina y la corona de espinas

Dice la tradición popular que un grupo de golondrinas aliviaron el sufrimiento de Jesús de Nazareth durante su martirio en el Monte de El Calvario, arrancando con sus picos las espinas de la corona que perforaban y herían su frente.

Se recogen en el folklore popular español numerosas alusiones en forma de cantares y coplillas, como esta, muy popular en la localidad de Feria, Badajoz:

En el monte Calvario
las golondrinas
le quitaron a Cristo
las mil espinas.

Y en el ámbito madrileño, en Estremera de Tajo, es muy popular también la siguiente canción:

Ya bajan las golondrinas
con el vuelo muy sereno
a quitarle las espinas
a Jesús el Nazareno.
Ya vienen las golondrinas
con el pañuelo en la mano
pa quitarle las espinas
a Jesús de Zirizaino.

Se dice así mismo que el color oscuro que llevan en el dorso, se lo pusieron las golondrinas como símbolo de luto, ante la muerte de Jesús.


A cualquier persona que le preguntemos sobre la divinidad de las golondrinas en toda nuestra geografía, nos dará la misma respuesta: "Las Golondrinas son de Dios", encontrando también un sentimiento de proteccionismo, sin duda asociado a este carácter divino de estas aves: "Las Golondrinas no se matan".

No obstante no es tan popular entre la gente el conocimiento del hecho que se las atribuye y que las encumbró a la divinidad, aquello de que quitaran las espinas de la corona de Jesús.

Y aún menos conocida es esta bonita Leyenda Guadarrameña, que recuperó, o tal vez creó, el poeta de Cercedilla Francisco Acaso.

Dice esta leyenda que la primera de las golondrinas que le quitó una espina a Jesús cuando ya estaba crucificado, salió volando con la espina en el pico y anduvo perdida, quién sabe cuánto tiempo, cruzando mares, surcando por el cielo valles y montañas, hasta que vino a caer rendida sobre la cumbre de un anónimo cerro, que desde entonces tomó su nombre.

Se trata del Cerro de La Golondrina, en las inmediaciones de la madrileña localidad de Navacerrada.