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miércoles, 27 de enero de 2016

El Arbol de Casandra

En las españolas Islas Canarias, existe la leyenda del Árbol de Casandra, cuya historia tiene dos conocidas versiones:
La primera cuenta que Casandra era una jovencita de entre 12 y 16 años, que pasaba mucho tiempo jugando con un chico de su edad, pero aquella era una época conservadora y el romance que llegaron a tener fue muy mal visto. Así, el padre de Casandra le prohibió encontrarse con su pequeño novio, pero ésta siguió viéndose a escondidas y él, presa de la cólera ante la idea del deshonor, asesinó al novio de su hija…
Tras perder a su amado, Casandra estaba profundamente dolida y resentida con su padre, y realizó un pacto con el Diablo, en parte para vengarse; sin embargo la descubrieron y, como en ese entonces aún las brujas solían ser asesinadas, la capturaron, la ataron al árbol junto al cual hizo el pacto, y allí la quemaron viva… Desde ese fatídico día, comenzó a escucharse que cerca del árbol a veces se escuchaban los alaridos de una jovencita y un ruido como de cadenas arrastrándose. Se cree que es el alma en pena de Casandra, pues muchos dicen haber visto, tallado en la corteza del árbol, un “Casandra e Iván” que después se borra inexplicablemente…




La otra versión de la historia, más cruda aún que la primera, dice que Casandra se quedó embarazada de Iván, y que dio a luz a dos mellizos. Temerosa aún de perder a Iván, Casandra creyó que éste podría dejarla si el tiempo deterioraba su belleza, y tal fue la angustia experimentada ante aquella enfermiza idea, que finalmente hizo un ritual para contactar con el Diablo, a fin de ver si éste le aseguraba una belleza indeleble a cambio de algún sacrificio. Sorprendentemente, el Diablo pidió a Casandra que sacrificase a sus dos mellizos: solo así le daría lo pedido, y tan aferrada a Iván estaba ella, que aceptó realizar el abominable tributo.
Llegó entonces aquella noche profundamente negra en que Casandra, asegurándose de que Iván estuviese dormido y no despertase, tomó con cuidado a los dos bebés, salió de la casa y, bajo la pálida luz de la luna llena y resplandeciente como aquella locura que animaba su mirada, caminó hasta ese árbol en que tantas veces había estado con el padre de los seres que ahora sacrificaría.


Allí, aproximadamente a la medianoche según el deseo de Satanás, sacó el puñal y lo levantó con solemnidad; pero, en aquel breve lapso de tiempo en que se detuvo a contemplar lo que estaba haciendo y a combatir la parte de sí misma que se resistía a tal monstruosidad, advirtió entre los arbustos el brillo de unos ojos asombrados y a la vez enfurecidos: era Iván, que se abalanzó velozmente sobre ella sin darle tiempo a reaccionar, la golpeó, la ató al árbol mientras el llanto desesperado de sus hijos acompañaba a las inaudibles carcajadas de Satanás, y la quemó como se quema a una verdadera bruja…
Entonces el humo de la carne chamuscada ascendió al firmamento junto con los últimos gritos de Casandra, pero su alma intranquila aún sigue penando en torno al árbol donde la quemó viva el hombre que allí mismo tantas veces la besó…

domingo, 10 de enero de 2016

Macias: el trovador enamorado


Existen muchas versiones sobre la historia y la leyenda de este personaje. Por algunos poetas y escritores, contemporáneos suyos, sabemos que murió a manos del esposo de su amada, después de sufrir cautiverio, y muchos le definieron como "el mártir de Cupido", y el ejemplo del enamorado fiel hasta la muerte.
El caso es que Macías pertenecía a la escuela galaico-portuguesa del Cancionero de Baena y fue autor de hermosos poemas de temática amorosa. Era originario de Padrón, en Galicia, aunque vivió en Castilla en el siglo XV.
Una de las leyendas más conocidas en torno a él y a sus amores, es la que narraremos a continuación:
Enrique de Villena, personaje ya de por sí bastante extraño y también legendario, estaba casado con María de Albornoz. Ambos pertenecían a familias de la nobleza castellana del momento, que matrimoniaron por cuestiones de interés, dinástico o económico. Como en la mayoría de estas uniones no existía el más mínimo cariño, sino que más bien se despreciaban el uno al otro.
Sin embargo, al servicio de la casa Villena-Albornoz estaba Macías, enamorado desde siempre de doña María, a la que siguió después de su boda, logrando ganarse la confianza del esposo que le tenía en gran estima. Doña María correspondía a la adoración del trovador, que le dedicaba ardientes rimas hablándole de amor y menudeaban los encuentros secretos entre ambos, lo que vino a desembocar en un sentimiento mutuo y compartido.
Y sucedió que don Enrique estaba empeñado en conseguir el maestrazgo de la Orden de Calatrava, cuyo poder era muy grande en Castilla, pero para obtener tal dignidad, debía ser soltero o viudo y ninguna de estas dos circunstancias se daban en el estado de Enrique. Lo mejor era deshacerse de la esposa, lo cual no era fácil, pues el linaje de los Albornoz era poderoso y un divorcio le habría ocasionado numerosos problemas. También podía recurrirse al asesinato, pero para ello se necesitaba alguien lo suficientemente discreto y afecto a su causa. Pensó en Macías, y así se lo comunicó, ante el espanto del enamorado trovador que se negó en redondo.
No obstante, Enrique persistió en su empeño y sobornó a seis sicarios para que secuestrasen a María, haciendo público, al cabo de unos días, que, en bosque cercano se habían encontrado las ropas ensangrentadas de su esposa, lo que bien a las claras demostraba que había muerto. Él podía considerarse oficialmente viudo y libre para acceder al puesto deseado.
Los rumores que existían sobre los amores de Macías y de María y así como la necesidad de silenciar a alguien que conocía sus propósitos, hicieron que el trovador fuese apresado y encarcelado en un castillo de Arjonilla, cerca de Jaén, propiedad de don Enrique. Allí estaba también encerrada doña María de Albornoz.
En celdas separadas y encerrados de por vida, los amantes no tardaron en saber el uno del otro, y Macías seguía cantándole dulces sonatas de amor a su amada. Se dice que hasta los duros carceleros sentían pena de aquellas dos almas, hundidas en la miseria y en el hambre, y lo que es todavía peor, ¡tan cerca y tan lejos el uno del otro!
Don Enrique, al cabo de algún tiempo, fue a Arjonilla para asegurarse de que sus dos presas yacían sepultados en aquel lóbrego lugar que pronto acabaría con ellos. Cuando supo que, a pesar de tanta desgracia, Maclas y María seguían amándose, él mismo penetró en la celda de Macías y lo mató a lanzazos.
Esta muerte parece que afectó a la mente de Enrique, que siempre fue bastante extraña. Logró el maestrazgo de Calatrava, pero lo perdió por sus rarezas y se dio a la bebida y al juego llegando a perder cuanto poseía. El rey Juan II, viendo al estado que había llegado, le otorgó el señorío de Iniesta, compadecido de su miseria y extravío.
Doña María, según algunos, regresó a sus posesiones de Cuenca, pero el decir popular da otra versión. Durante varios años, se vio a una mujer, una mendiga, rondando por el castillo de Arjonilla. Pasaba días enteros junto a sus muros, mientras la chiquillería le tiraba piedras, y le hacía burla. Otras veces entraba en la iglesia en la que estaba enterrado Macías y durante horas se postraba sobre la lápida que cerraba el sepulcro, hasta que un día, cuando el sacristán la fue a echar de la iglesia porque era la hora de cerrar el templo, se encontró con que la mujer estaba muerta, con los labios pegados sobre la inscripción en la que podía leerse:
Aquí yace Macías el Enamorado
A muchos no les cupo duda de que aquella pobre mujer, aquel despojo humano, era doña María que nunca pudo superar la trágica muerte de su amor. Se arrastró por la vida, ausente de la realidad, esperando que la muerte misericordiosa se acordase de ella y la llevase a reunirse con el poeta enamorado.